Reflexiones sobre identidad, sobre lo que es y no es comercial
Aquiles Báez
8 de Marzo, 2010
Si nos detenemos a observar los espacios musicales que internacionalmente han ganado otras culturas, una reflexión resulta inevitable ¿Qué es lo que pasa con la música venezolana? ¿Por qué no es conocida en el extranjero? La respuesta es igualmente inexorable: no puede ser reconocida afuera si no es primero apreciada en nuestro país.
Vale ahondar en esto, paseándonos por varios aspectos. Podríamos empezar por evaluar el desconocimiento general de nuestros valores y, en consecuencia, de nuestra música tradicional. Definitivamente, no se puede vender o proyectar lo que no se conoce. Es un tema polémico, sobre el cual se tejen no pocos argumentos. Hay quienes, por ejemplo, consideran que la principal limitante de nuestra música es que no sea bailable, y que por eso no trasciende. Pero no es cierto, pues una parte de nuestro repertorio sí es bailable.
También se dice que, al no ser comercial, no tiene como expandirse. Otro error, pues tenemos música que pudiera entrar dentro de esta categoría. En todo caso, hay que preguntarse primero: ¿qué significa ser comercial? Reinaldo Armas vendía más discos que la mayoría de los iconos del pop de los ochenta y, en este sentido, para mí lo comercial está relacionado con las ventas de un producto, en este caso con las ventas que alcanza la música venezolana. También se argumenta que es muy complicada y, sin embargo, el flamenco, la salsa, la música árabe o la hindú, son súper complejas y tienen ganado su espacio internacional. Pareciera, pues, que le buscamos defectos a nuestra cultura en lugar de enorgullecernos de ella.
A mi juicio, habría que definir antes que nada qué entendemos por música venezolana. Vivimos un momento de cambios. El puro marketing determina lo que es bueno y lo que es malo. Estamos sometidos a un sistema que, en lugar de valorar la calidad, le da preponderancia a quienes manejan más recursos, conexiones o -hablando en criollo- a quienes se bajan más duro de la mula para que su trabajo sea transmitido en radio o en televisión.
Nuestra música se ha visto afectada por un manejo deficiente de las herramientas de mercadeo.
¿Por qué? Insisto: porque no nos sentimos orgullosos de lo que tenemos.
¿Con qué se come eso de música venezolana?
Según mi punto de vista, el concepto de música venezolana se refiere a toda la hecha en Venezuela. Podríamos, no obstante, intentar clasificarla o etiquetarla por grupos o géneros, que van desde lo más tradicional hasta lo más contemporáneo.
Podríamos detenernos a hablar de la música con raíces folklóricas, empezando por los géneros tradicionales populares de cada región, con una variedad propia de timbre y de ritmo. Por ejemplo, la música de la Costa viene con sus diversos tambores, al calor de playas que van desde Güiria hasta Castilletes. Otros son los sonidos que se escuchan desde los Llanos hasta los Andes, marcados por la reciedumbre del paisaje y el carácter propio de hombres que se dedican a trabajar en el campo. Del Amazonas a la Goajira, cada etnia expone su propia forma de música, instrumentación y lenguaje -en general vinculada con los rituales y el shamanismo. Podríamos hablar, entonces, de un lenguaje sincrético que transforma todos esos paisajes en surtidas notas musicales. Música afrovenezolana, indígena, criolla, la de influencia española, holandesa, árabe, inglesa. Multicultural en fin, producto de un afortunado mestizaje que devino sonidos auténticos.
Hay quienes creen que música venezolana es sólo joropo, desconociendo, para comenzar, que no hay un sólo joropo, sino tres: el oriental, el llanero y el tuyero. Hay incluso una cuarta variante: el joropo guayanés, que mezcla el oriental con el llanero.
No queda allí. Especial mención merecen los golpes y el tamunangue de Lara. Los bambucos y valses de Los Andes. El calipso en el Callao. Géneros urbanos como la gaita y la tamborera en Maracaibo. Más abajo, en la zona del sur del lago, la gaita de tambora y los chimbangueles. En el borde entre Colombia y Zulia, la gaita perijanera; los sangueos en Aragua y Carabobo, los tambores veleño, coriano y cumarebero -producto del intercambio cultural con las Antillas Holandesas-, los tambores de veroes y farriar en Yaracuy. El cumaco de Aragua y Carabobo. Los culo e’ puya, la mina y la curbata en Barlovento. Y, por su puesto, el merengue caraqueño, el vals y el galerón, entre otros, haciendo con esto una rápida revisión grosso modo, sin entrar en mayor detalle.
Hay por igual otras manifestaciones como la salsa, parte ya de nuestra identidad, así como otros géneros que se han vinculado de alguna u otra forma en nuestra cultura, dando pie a las fusiones y confusiones actuales; parte preponderante de nuestro folklore urbano.
Conocer antes que nada
Se desconoce nuestra música. Al desconocer nuestra cultura, desconocemos nuestra identidad. Esto se ve retratado en hechos tan insólitos como que haya emisoras de radio que se jactan de ser “100% libres de Gaita”, o algunas que tratan de forma abierta y despectiva lo que se hace en el país. Me pregunto: ¿De dónde salió esa cruzada loca que nos hizo negar nuestra música? ¿Qué nos hizo olvidar lo que somos? En estos días me llamó mucho la atención que en los medios de comunicación venezolanos tenían como noticia principal que la cantante Susan Boyle –de Britain’s Got Talent- estaba enferma con una crisis siquiátrica (ni hablar del Michael Jackson, con mis respetos). En muchos medios ni siquiera mencionaron la muerte de Otilio Galíndez, uno de los más grandes compositores de la música popular venezolana contemporánea. O la muerte de Francisco Hernández, “El Pavo” Frank, creador del ritmo de la onda nueva y uno de los percusionistas más importantes de su generación. ¿Dónde nos desviamos? ¿Por qué no valoramos a nuestros íconos?
Hay que ver. Tenemos gran cantidad de héroes, pero no se les da la importancia que merecen, como Otilio o el Pavo, como Luis Mariano Rivera, María Rodríguez o Rafael Rincón González, entre otros muchos, que deberían tener hasta avenidas y aeropuertos con sus nombres. Ni hablar de Antonio Lauro, materia obligada en todos los conservatorios del mundo de guitarra clásica, totalmente desconocido en Venezuela. Tenemos un problema de identidad y no tiene que ver con la cédula, sino con nuestra cultura musical.
Un salto atrás
Démosle una mirada al pasado. Desde el inicio de la radio hasta los años cincuenta, todas las emisoras tenían una orquesta con un maestro compositor. En cada radio había shows de variedades, y lo que se escuchaba era música venezolana. De esas emisoras salieron títulos hoy tan familiares como Barlovento, Pregones Zulianos, Sombra en los Medanos, Desesperanza, San Juan to’ lo tiene, entre otros. A partir del boom post petrolero se comenzó a producir una importante transformación en nuestra identidad. Creo que nos empezamos a parecer a algo que no somos y a desconocer mucho de los que sí somos, al punto -y sin ánimo en entrar en chauvinismos- de consumir solamente música en inglés. La radio pasó de ser una referencia de los artistas venezolanos, a un vehículo de transculturación masiva.
Luego vinieron decretos como el 1×1 del primero gobierno de Pérez, que funcionó muy bien por un tiempo hasta que algunos, con una actitud “poco nacionalista”, optaron por poner la cuota de música venezolana en las madrugadas, o por pagar las multas.
Durante los años ochenta, después del viernes negro, tuvimos otro boom, esta vez dentro del pop, aupado por los sellos disqueros ante la necesidad de cumplir con las cuotas del 1×1 y la falta de divisas para traer artistas importados. De este contexto salieron artistas de calidad que abrieron puertas hacia otros mercados también importantes, pero sin un factor de identidad que los identificara y diferenciara en el ámbito latinoamericano, como sucedió por ejemplo con el rock Argentino. En lo personal creo que en Venezuela siempre hubo grupos de calidad, que fallaron al no lograr una marca vinculada con nuestra identidad.
Ahora, volvamos a la equivocación de pensar que la música venezolana incluye sólo géneros llaneros. Para los que no saben esto, el dictador Marcos Pérez Jiménez fue quien puso etiquetas a algunos de nuestros símbolos. Escogió a la orquídea como flor nacional, al Araguaney como árbol patrio y al joropo como música nacional. Esto, creo, influyó en que se pensara luego que sólo el joropo es música venezolana . ¿Es que la gaita, el sangueo o incluso el merengue venezolano no son géneros musicales propios? ¿Es que no conocemos gran parte de esa música que tenemos y que es tan nuestra como una reina pepeada, o una cachapa con queso de telita? Como mencioné anteriormente, en Venezuela tenemos mucha música y artistas por descubrir. Colombia y Brasil pueden darnos ejemplos sobre cómo valorar nuestra identidad.
Cada quien lo que es
En Colombia, desde el más humilde hasta el más pudiente escucha y conoce su música tradicional. En los últimos años, los colombianos han hecho un trabajo envidiable por proyectar su cultura. Permítanme una anécdota: hace unos meses estaba ensayando con unos músicos gringos en New York, uno de ellos me preguntó si conocía un ritmo colombiano llamado joropo. La primera reacción que tuve, en un ataque de nacionalismo furibundo, fue la de casi comerme a gritos al gringuito por su ignorancia. Pero me contuve. Algo es cierto: en los llanos orientales de Colombia también se toca joropo. Decidí entonces darme un paseo por la tienda Virgin de New York. Encontré más de 200 títulos en la parte de Colombia, al menos 15 eran joropos. Había hasta un disco titulado Caballo Viejo, con el tema de Simón Díaz tocado en vallenato. En la sección de Venezuela, en cambio, sólo vi 3 discos, uno de ellos tenía, en portada, a una chica en bikini con un arpa.
Brasil es otro caso. En Sao Paulo descubrí que los días sábados, en la tienda de percusión afro brasilera llamada “Contemporánea”, se reúnen personajes de distintas generaciones y niveles musicales, en algo que llaman “Sábado de choro”. El choro es un género de música tradicional brasilera que se empezó a gestar en la década de los años veinte, pilar de otros géneros como la samba y el mismo bossa nova. Pues en esa tienda se reúnen a tocar músicos súper famosos como Hamilton de Holanda, el mismo Toquinho o Chico Buarque, pero también chiquillos que dan sus primeros pasos. Maestros de más 70 años se mezclan con niños de 15 años. Como en una partida de dominó, se anota la gente en una lista para esperar su turno. Así de sencillo.
Un día había allí un adolescente de 14 años tocando mandolina. No era demasiado virtuoso, pero tocaba bien. Me le acerqué y felicité. En mi portuñol le dije: “que raro que tú tan joven estés tocando esa música”. Inmediatamente me contestó algo que me dejo desconcertado. “Es que eso es música brasilera. ¡Eu sou brasileiro!”
Esta anécdota me puso a reflexionar. Pensé sobre cómo, cuando yo tenía esa edad, también tocaba música tradicional venezolana y lo hacía porque me encantaba, pero la mayoría de mis amigos decían que eso era música de viejos. El factor identidad y el orgullo por lo propio es fundamental para la proyección de una cultura; esto lo vemos en otros géneros como el flamenco, que tiene tanta fuerza que atrapa a quien se adentra en su mundo dejándolo embelesado por su dinamismo y su fuerza. Lo mismo pasa con el tango, con la música cubana, con la música de los gitanos del este de Europa, etc.
Yo nací en una ribera del Arauca
Creo que la identidad no tiene horario ni fecha en el calendario. Hay que concientizar para que se conozca internacionalmente la música venezolana. Tiene que hacerse un trabajo de proyección interna que nos lleve a reflexionar sobre lo que somos.
Por otro lado, hay que activar mecanismos de mercadeo para proyectar como debe ser a nuestros artistas a un nivel internacional. Y es que hay un problema gravísimo en la manera como proyectamos esa cultura que tenemos, desde las políticas de Estado en materia cultural, hasta la convicción indiferente del ciudadano hacia su música, ¡Repito! No se puede proyectar lo que no se conoce.
Tenemos que hacer un trabajo muy complejo en el que veamos qué podemos hacer por la música nuestro país y por la proyección de nuestros valores tradicionales. Para que vean algunas de las cosas que no conocemos, les recomiendo que naveguen en youtube y pongan un video hermosísimo que hizo mi amigo Carlos Chirinos que se llama Chimbangles con campana. Busquen también Tambor Redondo, Cantos de Sirena, Tamunangue, La Lora, Calipso Del Callao, etc.
Cruzando Fronteras
Nuestra música, no quepan dudas, es mágica. Posee la cualidad de la multiculturalidad producto del intercambio entre razas.
No sé cual será la formula, o si ésta siquiera existe, pero hay que buscar la manera de que nuestra música venezolana se haga un mercado internacional. Solo sé que primero hay que propiciar una implosión y generar mercado interno, para después hacer la explosión en el mercado externo. Creo que conociendo nuestro potencial musical podríamos hacer un mejor trabajo de proyección.
Sé que tenemos un universo único, original, particular, que los niños venezolanos empezamos a tocar cuatro aprendiendo Compadre Pancho, que es un merengue venezolano con ritmo 5/8, bastante inusual -normales son los patrones de 2 o 4 o hasta de 3 como el vals. Sé que como niños tenemos ese mundo particular y no nos damos cuenta de que estamos aprendiendo un ritmo complicadísimo. Hay mucha tela que cortar y hay que plantear medidas en vez de quejarnos tanto. Tiene que haber una mayor agresividad en la promoción de nuestros artistas. Toca acercarse a los medios de comunicación masivos, crear programas de televisión con nuestros valores. En la radio ha habido mejores iniciativas, pero todavía falta mucho. Por otra parte, tenemos una generación de músicos interesantísimos y no los conocemos. A veces es desesperante estar en el lado de quienes creemos en nuestros valores y en cultores, porque seguimos esperando una mejor respuesta de la gente hacia nuestra música y lo que somos. Proyectar nuestra identidad es una labor que nos corresponde a todos como ciudadanos, sin ánimos –aclaro- de nacionalismos, por el sólo hecho de ser venezolanos, de ser caribes y debérselo a nuestros ancestros.